lunes, 14 de septiembre de 2009

Los pasos perdidos 1. Ted Kennedy también murió en Dublín

Mucho más que un senador demócrata norteamericano, "no el mejor" según alguno de sus colegas republicanos, Kennedy representa como nadie los sueños y esperanzas, pero también los logros, de toda la estirpe de irlandeses que ayudaron a construir Estados Unidos.
Además, esa historia y apellidos idolatrados en la pequeña isla de Eyre, como escribía Bárbara Celis en la edidición del 26 de agosto de El País, es "Historia, idealismo, carisma, tragedia y leyenda" fundidos en un solo apellido, y cierto es que con su muerte se produce "el cierre simbólico de una era".
Pero estamos en Dublín, y la fría mañana en que los periódicos amanecen con la noticia trae ráfagas de viento que helarían el corazón si no lo tuvieran ya helado la mayoría de los irlandeses: desde el día anterior escuchan la radio, están pegados al televisor, rememoran sus recuerdos justo al lado de los recuerdos sobre los Kennedy, sobre los propios cambios en el mundo y sobre sus propios procesos como nación, como el proceso de paz en el Ulster o el despegue económico de Iranda.
Son ámbitos de un mismo sentir: el sentir del pueblo irlandés, que de algún modo va mucho más allá de la nacionalidad que ostenten sus descendientes.
Y esto ocurre porque Kennedy, este Kennedy y el resto de los Kennedy que fueron antes que él, además de su propia historia política doméstica, también representa la lucha por unas convicciones de libertad y un compromiso con el proceso de paz angloirlandés que le acarrearon no pocas críticas en los años 70. Un compromiso por la causa irlandesa que nadie olvida a este lado del Atlántico.
Sus opiniones sobre el conflicto, apostando, como recordaba machaconamente BBC Radio durante todo el día de su muerte, porque el Ulster fuera 'desocupado' e incorporado a la Irlanda unida de Eyre, se consideraron injerencias en la política exterior norteamericana que desde los sectores más conservadores 'dinamitaban' la tradicional entente cordiale entre ambas naciones. Por eso este país llora la muerte de Ted Kennedy como la de un héroe propio.
También se opuso tajantemente a la guerra de Vietnam o a la invasión de Irak, y por eso y por sus luchas sociales, es admirado por gran parte de la clase política mundial. De la clase política progresista claro está. Al fin y al cabo su labor como congresista quizás haya conseguido más por esa forma de entender la política que otras trayectorias familiares.
Y por último, representa la última gran esperanza colectiva irlandesa, el de la autosuperación, el de la fuerza de la voluntad y la posibilidad de que sirvan las segundas oportunidades, las quiméricas huídas hacia adelante, los nuevos horizontes que aguardan en otras tierras. Porque eso es Irlanda, una isla de esperanzas que siempre hasta hace bien poco sintió la pobreza como un estigma.
El pertenecer a la misma estirpe que consiguió la presidencia de la nación más poderosa del mundo, siendo descendiente de irlandeses, siendo católicos, siendo demócratas, es la encarnación misma de esas esperanzas. Por eso su estirpe es una estirpe compartida, la de todo el pueblo irlandés. Poder llegar a ser lo que uno anhela, porder llegar a ser lo que se sueña, que el mañana sea algo mejor que el duro presente.
Así que el que puede que sea el pueblo más jovial de los del norte llora en cada calle, en cada pub, a cada cerveza, la muerte del rubicundo y excelso orador Ted Kennedy, porque además, supone el fin de toda una época en la que la épica de todo un pueblo se diluye dando paso a la normalidad de sus relaciones con otros países y con ellos mismos, en su condición inviolable de irlandeses.

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