sábado, 23 de abril de 2011

Pensamientos oblicuos y ganas de perder

Las cosas pasan porque sí. Pero cuando pasan de una cierta manera, justo así, es por algo. Yo abandono el tablero, tengo ganas de perder. Luego sufres los recuerdos. Pero te sientes vivo. Y ya no tienes derecho a preguntar, ya no tienes derecho a saber. Abandonaste el tablero de juego, como querías abandonar la casa, o las horas muertas, o la falta de amor, como querías escapar de algunas miradas premonitorias. Querías perder para estar vivo. Querías perder para ganar algo de ti, de nuevo; ahora no tienes derecho a saber. Querías perder para reconocerte.

Las cosas pasan porque sí, pero si pasan así es por algo. Es la historia de las cosas que un día son tan vibrantes y que luego se convierten en simples paisajes, que un día son tan furiosas y rabiosas y al poco se convierten en volcanes latentes, con vida, pero apagados, enormes, pero muertos, llenos, pero callados... Es la historia de las cosas.

Luego andan por aquí los pensamientos oblicuos, esos que entran como las rayas de luz se meten por las persianas agujereadas en las mañanas más lentas del mundo, y te acarician sin calentar, pero te dicen algo acerca de la luz de ahí fuera, y te alumbran sin claridad, pero te anuncian que es hora de despertar.

Pensamientos oblicuos. Pensamientos indirectos. Pensamientos sabios en su extraña apacibilidad y lentitud. Pensamientos como eran los besos que ya no tienes, porque tú quisiste abandonar el campo de batalla, pensamientos que son como eran las tardes de domingo, enteras y fáciles, pero tú abandonaste el tablero de juego.

Hoy sólo hay pensamientos oblicuos y ganas de perder, y algo de felicidad mientras se hace el pescado y brindamos por estar esperando a que pasen las horas. Espero no perder nada de mi para no querer de nuevo abandonar la partida.

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